JAIPUR, el destino próximo con mi amiga P., en donde pasaríamos no 4 días (como habíamos planificado), sino 8. Fue muy difícil decir que NO.
Veníamos de Delhi donde conocimos personalmente a nuestro amigo Jai Singh (el cual a través de Couchsurfing nos ayudó muchísimo a armar la ruta de viaje). Jai Singh, después de darle confianza al conocernos, nos contactó con sus sobrinas en Jaipur, a las cuales les encanta alojar extranjeros. Su casa estaba habitada solo por mujeres, luego de que su padre falleciera.
Usha y Leena, nos buscarían en la parada de micro y como no podía ser de otra manera, sucedería una complicación. Al llegar no se encontraban, la zona no era muy amable, era de noche y todo demasiado lleno de hombres, que para esta altura del viaje ya nos pesaba un poco. Su actitud es densa e invasiva, sobre todo para lo que estamos acostumbradas nosotras en Argentina. Yo tenía su número a disposición, pero no un teléfono habilitado para llamarlas, así que entramos a un lugar a comer y calmarnos un poco, para ver que podíamos hacer. No quedo otra que pedirle el teléfono al hombre de la entrada, quien lo cedió con desconfianza —imagino que le fue difícil creerme que llamaría a un teléfono de la India— y con una mirada me da a entender que hable rápido. Por suerte conectamos enseguida y ellas estaban muy cerca. Nos pasaron a buscar, y con solo un saludo y una sonrisa ya éramos las primas que vivían del otro lado del charco.
Sin embargo, la entrada a Jaipur nos deparaba algo más. Ya en el auto hacia lo que serían en nuestros próximos 8 días, chocaron con un ciclista que se apareció en contramano desde la oscuridad, ante lo cual ellas, al ver que no le pasó nada, siguieron camino relajadamente, argumentando que “cómo se iba a aparecer así”. Nuestras caras de reacción: no pudimos más que reír a la par para descomprimir un poco. ¡Sí que éramos diferentes! ¡¿Se Imaginan si eso hubiera sucedido acá?!
En casa nos esperaban con un platito muy hindú: chapati, chai, tomatito y arroz. Fueron las cosas que más consumimos en esos días, además de todo lo que se cruzaba en la calle y que ellas querían que probáramos —Sí, todo—. Frutas con sal negra, puris, distintos tipos de panes y mucho chai. Fueron días de comer, bailar, cantar y reírnos como si fuéramos amigas de toda la vida. Jugar con los idiomas, enseñarnos malas palabras; abrazarnos; bailar coreos hindúes , folklóricas y de Bollywood. Darle play 1.500 veces al CD de “Música extranjera” y que me hagan bailar cual “mono de circo” la canción de DANZA CUDURO, una y otra vez.
Ir a todos lados juntas, conocer el Fuerte Amber, el Palacio de Jaipur; comprender por qué le dicen la Ciudad Rosa; visitar el Jantar Mantar y comprender cuanta relación tiene la astrología con su historia. Aprender cuántos fuertes que tiene la ciudad (los conocimos todos); comprender que el concepto de intimidad es otro; bañarme con un balde en una sillita.
Fueron días en una casa reluciente en la cual convivíamos con un par de ratoncitos que descubrimos de casualidad un día en nuestra habitación. Una escena que me cuesta describirla pero cuyo diálogo fue:
(Nosotras sin querer pisar el suelo)
— Leena, ¿podés venir?
(Asomándose en la puerta de la habitación)
— ¿Qué pasa?
— Acabamos de ver un ratoncito
— ¿Ah, sí? Tranquilas, no hace nada.
(Fin del comunicado).
Nos probamos trajes típicos con maquillaje y todo, para hacernos el Book de fotos Hindú. Festejamos el cumple de una de las hermanas mayores que estaba en la pensión para ir a estudiar previo a exámenes, ya que en la casa es imposible hacerlo. También le llevamos una torta y pusimos música desde el auto para que vengan todas sus amigas de la pensión. No solo eso, sino que además le escrachamos la cara en la torta, y nos reímos mucho.
Otras anécdotas: que me quieran hacer gancho con el primo que me salvaría de mi condición de mujer independiente; celebrar un cumpleaños viajando a Alwar, al monte, y ver tantos pavos reales juntos como nunca en mi vida, libres; sentir el aire de las alturas en la cara; sacar fotos y más fotos.
Lograron sobornarnos para que nos quedemos más días, y así fuimos a una exposición canina y terminamos comiendo en la Patisserie de unos franceses (en donde me dieron data del bar de unos amigos suyos en Buenos Aires). Fuimos al Choki Dhani y probamos todas las variedades de comida de la región.
Y más: bailar y bailar; usar mis manos como nunca y que me encante; descubrir lo maravilloso del agua con limón para limpiarse las manos. Festejar fecha patria en una escuela siendo invitadas de honor, y ver que en los festejos tradicionales escolares nos asemejamos. Beber agua del monte brindada por Babá, el cuidador del lugar, y que me bendiga. Fumar vaya a saber qué con los cuidadores del templo. Que los niños no paren de mirarnos con esa curiosidad que los caracteriza y sonreírnos. Hacer pis detrás de unas ruinas. Correr camino abajo como cuando era Niña.
Y más aún: buscar un casamiento como locas y cuando lo encontramos desfilando por la calle, parar con el auto ahí nomas y meternos en el medio a sacar fotos. Ser mimadas a más no poder. Levantarme para ir al baño a las 5 de la mañana, y ver que la Mamá de las chicas ya estaba alzada limpiando el santuario, bastante grande, prendiendo sahumerios y orando antes de ir a trabajar al hospital. Que nos lleven a tomarnos el tren hacia Udaipur a las 5 de la mañana, y llegar sobre la hora, todos corriendo (inclusive el primo).
Quererlas y mucho.
Nos hablamos por whatsapp hasta el día de hoy, y tengo el privilegio de haber sido invitada a la boda de Usha, la hermana que conduce y tiene sus empresitas, una chica muy particular para la India tradicional.
El Aprendizaje: entender lo bien que le hace al alma poder confiar sobre todo en la intuición y la percepción de una; abrirse a las oportunidades de conocer una cultura desde adentro y desde una mirada femenina, una mirada camino a empoderarse en estos días que corren.