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Aquella mañana gélida de domingo hacía que las cosas permanezcan aún dormidas. Menos yo, que asomé la cabeza para notar que el cielo continuaba oscuro. Tenía todo preparado de la noche anterior por lo que solo bastó con agarrar mis cosas e irme a la ruta. Según el plan, debía hacer autostop para que me lleven desde la posada de donde trabajaba a la montaña que me había propuesto subir: El Mt. Alfred (1375m).

Una cumbre no de gran altura pero que se encuentra en un lugar estratégico para observar todo el valle. Desde allí filmaron la ciudad de Isengard, en la película el Señor de los Anillos. La espera era dura, por lo que andar un poco mientras soplaba mis manos era la opción. Un campesino me llevó y hablando de plagas llegamos hasta la entrada del sendero.

Mi fiel Compañera.
Mi fiel Compañera.

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Me adentré en aquel bosque paso arriba. El cielo cubierto de verde dejaba pasar aquellos primeros rayos de sol. No había nadie. Era yo con la naturaleza. A veces la veía, otras la espiaba. Enamorándome de sus flores y los cantos de sus pájaros. La concentración era la clave para evitar la fatiga y administrar mi consumo de agua. Al mediodía, como me había propuesto dos horas antes, tocaba tomar un descanso y almorzar. Me senté en un tronco húmedo que se había caído hace algún tiempo. Mientras observaba a los hongos que crecían en él, analizaba su parentesco con los que componían mi sandwich.

Nueva Zelanda: Bosque de Elfos
Nueva Zelanda: Bosque de Elfos.

Continué camino y los trozos de nieve empezaron a asomar a la vez que iban desapareciendo los arboles. En la marcha me hice de unos troncos que me servirían de soporte para lo que estaba por venir. Una subida empinada, completamente cubierta de ese manto blanco que crujía a mis pies. Ya no había arboles sino unos arbustos pinchosos que apenas asomaban en la roca. Lento pero concentrado seguía unas huellas de alguien que lo transitó. Por momentos, este sendero desaparecía y reaparecía con fuertes pisadas que me servían para medir la profundidad del trayecto. Hacían Zig Zag y hasta a veces se notaban los derrapes. Sostenerme se ponía más complicado, cada vez que me caía o tocaba la nieve con mis guantes, estos se mojaban congelándome las manos. Mientras subía, dudaba de si mi equipo era el adecuado o si realmente debía continuar en esas condiciones. Una mancha de sangre del anterior alpinista apareció en el rastro acrecentando aún mis dudas. Pero no me dejaría vencer. La misma montaña se ponía difícil, una dificultad que no había tenido antes como hombre de ciudad. La roca patinaba y costaba pisar en ese terreno. Los “picos” hechos de troncos eran inútiles ante esa situación y ya contaba con un tronco largo y la mitad de otro. Sabía que estaba cerca de la cima así que no iba a ceder.

Relajé un poco la mente, descansé unos segundos más, y tomé esa pendiente agarrándome de unos pastos que sobresalían. Junto a otras pisadas, había logrado la cima. Lleno de alegría y con canto victorioso pude reconfortarme con esa vista magnifica del lago a mi fondo y una cadena montañosa cubierta completamente de nieve.

Nueva Zelanda: Vista desde la Cumbre
Nueva Zelanda: Vista desde la Cumbre.

Acaso, ¿Era la cima? Parecía que todavía faltaba una pequeña caminata hacia el otro lado del pico para llegar al punto más alto. Continué por las marcas en el terreno que todavía se notaban y sin mucho más esfuerzo pude alcanzar el objetivo. Para disfrutar de la cima decidí descansar y comer algo de unos frutos secos. Desde arriba se veía el valle que había generado un río, ahora seco. Mientras limpiaba un poco mis botas, me imaginaba cómo los personajes de la película de Tolkien habrían logrado llegar hasta donde yo estaba para grabar la escena de las dos torres. Sin dudas con unos cuantos helicópteros!

Filmando algunos videos, decidí emprender la vuelta.

Nueva Zelanda: Mapa con detalles de la tierra media
Nueva Zelanda: Mapa con detalles de la tierra media.

Volver por el mismo camino donde tanto me había costado subir no lo tomé como opción, ya que no tenía equipo y podría resultar peligroso. La vuelta no estaba marcada en el mapa que tenía pero me habían comentado que existía una forma más fácil, así que decidí ir a ver por donde se bajaba. Aunque esto fue un error. Parecía no haber camino, ni huellas, ni bosque cercano que disimulase una entrada. Con el afán de encontrarlo seguí alejándome del trayecto que había subido. Bajando y abriendo camino por terreno desconocido, tenía la intuición de encontrarlo como me pasaba a menudo con los caminos de montaña por Nueva Zelanda pero esta vez no fue igual. La cabeza empezó a trabajar. Me cuestioné esa corazonada poniendo fundamentos lógicos a lo que estaba haciendo. Estaba caminando por la nieve hasta la rodilla congelando así los pantalones de algodón que me raspaban la pierna, con una luz de invierno que no tardaría en desaparecer. Ya desesperado, me encontré perdido en un manto blanco.

Nueva Zelanda: Un verdadero desierto blanco
Nueva Zelanda: Un verdadero desierto blanco

Entonces frené y pensé en que decisión debía tomar. El camino que estaba haciendo no iba a a ningún lado, y me había alejado bastante de aquella subida victoriosa que tanto me había costado. Miré un poco hacia mi derecha y había un bosque pero también un acantilado. Por lo que me adelanté un poco más hasta ver las huellas de unas cabras que serían mi salida de aquella montaña.

Nueva Zelanda: Acantilados invisibles y el bosque de fondo
Nueva Zelanda: Acantilados invisibles y el bosque de fondo.

En una de esas decidí chequear mi celular para ver el mapa. Este no marcaba los senderos pero si mostraba en que lugar había bosque y donde estaba ese punto azul del GPS. Al parecer, entre tanto manto verde divisé una canaleta que me propuse alcanzar. Siguiendo las huellas de las cabras y atravesando un bosque sin caminos me encontré con que ese claro en la foto satelital era un arroyo en forma de cascada que descendía hasta el final. No podía bajar por él, pero sí lo acompañé en camino abajo.

El terreno iba cambiando, la nieve desaparecía al mismo tiempo que mis preocupaciones por salir de allí. El único problema ahora era la luz que si ésta se iba debería pasar noche en la intemperie sin los recursos. Seguí descendiendo cruzándome con bosques impensados de cuentos, atravesando troncos caídos y descubriendo un paisaje un poco más silvestre que el camino humano. Luego de unas horas vi una luz solar de fondo que representaba el fin de la arbolada y el inicio de la ruta y campo de cultivo. Había llegado. Solo me quedaba cruzar un alambre y hacer dedo para que en menos de cinco minutos una familia me llevara a lo que era mi hogar en Glenorchy, Nueva Zelanda.

Nueva Zelanda: Glenorchy, junto a Lago Wakatipu
Nueva Zelanda: Glenorchy, junto a Lago Wakatipu.

La influencia física del paisaje tiene su equivalente dentro de mí. No importa que tan alta sea la montaña sino cuanto te involucres con la naturaleza, por eso me queda este recuerdo de esta experiencia tan real y a la vez tan salvaje que me enseñó lo frágiles e insignificantes que somos, como también el valor que tenemos para superar nuestros miedos. Aliarse con la naturaleza es el mejor trato. Respetándola nos respetamos a nosotros porque también somos parte.

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Soy Agustin, Con gran pasión por los viajes y las aventuras desde muy chico. Un día decidí dedicarme por completo a mis sueños emprendiendo una travesía de un año y medio alrededor del mundo. Por simple curiosidad siempre me preguntaba como sería estar en la otra punta del mapa, viajando y explorando tierras lejanas llenas de personas con sus costumbres, idiomas y paisajes que no eran mencionados en mis libros de historia. La experiencia sin dudas me cambio por completo, descubriendo lo que quería para mi: Ser el protagonista de una vida de viajes, encontrándome con pueblos para fortalecer el lazo humano y enfrentando desafíos donde cada día se aprende algo nuevo. https://explorandotierraslejanas.wordpress.com/

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